DEPORTES

NO LLEGAN GOLES EN JUEGO DE IDA DE FINAL LIGA MX

América y Cruz Azul no se hicieron daño y dejaron todo para el duelo de vuelta, el próximo domingo, luego de un descolorido empate sin goles en el duelo de ida de la gran final de la Liga MX, disputado en el estadio Azteca.

Las banderas ondean en todo lo alto, con fuerza, con orgullo. Amarilla o azul, aquí la pasión se demuestra a cada minuto: un grito de aliento, un gol ahogado, un coraje, un lamento, un aplauso, todo suma para que en una final el volumen sea tan alto que no puedas escuchar con facilidad al de al lado.

A uno de los grandes protagonistas de la serie, el bullicio no lo intimidó. Él se presentó en la cancha del histórico Azteca reluciente, brillando más que las mismas luces del estadio. El trofeo de campeón tuvo los ojos de todos sobre sí, al menos previo al arranque del partido. Es el objeto del deseo y lo sabe, se dejó admirar, encabezó la ceremonia y le hizo un guiño a los jugadores con la promesa de volverse a encontrar el próximo domingo.

La intensidad fue amiga de la gran final. Apareció en cada palmo de terreno. En los dos Aguilar, en Valdez, en el incasable Roger, en el pedal de aceleración de Méndez, en los motores Marcone y Rodríguez, en las gargantas de cada aficionado presente en la ida de esta serie.

Estar presente en la final o seguirla a través de la televisión no es cualquier cosa y Agustín Marchesín lo sabía bien. El fantástico arquero de las Águilas dejó atrás la modestia y nos enseñó su poder sobrenatural de volar. No es sorpresa, vaya, lo hace cada fin de semana.

En el primer tiempo nos regaló una de esas atajadas en las que sólo resta pararse y aplaudir. Ahogó un grito de gol y también una ovación que se alargó por minutos. Postal bellísima para llevar de recuerdo.

Los dos equipos lo intentaron, con el peso de la historia de dos instituciones tradicionales en sus hombros, y con el orgullo que a cualquier ser humano le produce el pelear por la cima y el éxito. ¿Oportunidades en las porterías? No en gran cantidad. La ambición fue, por momentos, cómplice de la imprecisión. Pero también es cierto que quedan aún 90 minutos por delante y oportunidades habrá de sobra, estrategas y jugadores lo entienden como nadie.

Las aficiones jugaron su papel e incluso como sucedió en la cancha pudieron neutralizarse. Al inicio de la segunda parte hubo una “guerra de coros” que a todos puso de pie e hizo sentir que el de esta noche no era un partido cualquiera.

Lo mejor está por venir, nos lo demostró Cruz Azul en la compensación, cuando enviaron una pelota al travesaño mientras el encuentro bajaba el telón. La final de ida, en su agonía, nos dejó con ganas de más.

Fue una auténtica lucha de gigantes entre dos equipos que no regalaron un solo respiro al rival y que demostraron que una de sus mayores fortalezas está en la lealtad de sus incontables aficionados, que le dieron el color a la noche y que se fueron a casa frotándose las manos, sí, por el frío en la Ciudad de México, y por las ansias de que sea domingo y la cita con la historia no tenga mañana.

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